viernes, 6 de mayo de 2011

El Hedor

En un cuarto con la luz del medio día entrando por la ventana oculta tras la cortina.
(Él enciende un cigarrillo y se echa en la cama boca arriba con los brazos tras la cabeza a fumar, ella lo abraza por el torso y pasa su pierna por encima de la de él).

Ella:
-¿En qué piensas?
Él:
-En ella.
Ella:
-Eres malo, te acuestas conmigo y luego piensas en ella. Eres demasiado cruel.
Él:
-Nunca dije que era bueno, o que lo sería. Y sí, pienso en ella, pero duermo contigo. Tienes mi cuerpo, ¿qué más quieres?
Ella:
-A ti, te quiero.
Él:
-Gracias.
Ella:
-¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? Llegarás a quererme cuando sepas el bien que te puedo hacer.
Él:
-¿Tú sabes actuar verdad? Claro, serás abogada. Finge, finge que me quieres, que lo que ha pasado aquí no ha sido sólo sexo. Y luego finge que esto no pasó, finge que no nos conocemos.
Ella:
-¿Eso es lo que quieres? ¿Mentiras? Me das asco. Pero te quiero, te quiero aún, y te seguiré queriendo. Si es eso lo que quieres… lo quiero yo también.
Él:
-Es lo que quiero, que finjas. Pero no comprendo tu asco, yo salgo a diario a las calles y no siento asco. Lo sentí en un comienzo, pero ya no. Es como un hedor al que uno se va acostumbrando, como se acostumbra aquel obrero a la pestilencia de la fábrica o la madre al vómito de su bebé. Ya no siento asco, pero lo hice; el olor entraba por mi nariz y se retorcía en mi cuerpo como un cáncer, luego quería vomitar, algunas veces lo hice.
Ella:
-¿De qué hedor hablas?
Él:
-Del hedor a mendacidad.

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