domingo, 29 de noviembre de 2009

"Yo también quiero un papá" (Primera Parte)

Son las 4 de la mañana, hoy tengo que levantarme temprano para poder visitar mi futuro. Ayer bordeando la media noche caí en la cuenta de poner mi despertador a las 4; hice bien pues hoy con las justas puedo mantener mi cuerpo erguido. Sigo sentado en mi cama mirando el vacio de la oscuridad; planeando mis siguientes movimientos, y esperando a que mi cuerpo reaccione.

Finalmente el sonido cortante del teléfono me saca de esa realidad paralela en la que estaba cayendo; era mi padre avisando su pronta llegada a mi casa para recogerme y tomar rumbo hacia nuestro destino.

Con un poco común brote de energía realizo mis normalmente pausadas rutinas de limpieza en posiblemente menos de 5 minutos. Obviando el desayuno salgo apresurado a alcanzarme con mi padre.

La relación con mi padre nunca fue buena; quisiera poder decir que tuvo sus altos y bajos, pero no es cierto, la verdad es que nunca desde niño pude pasar más de 8 horas con mi padre; era algo imposible, era una bomba con cuenta regresiva, mis hermanos sabían que si yo pasaba mucho con él tarde o temprano estallaría, y una disputa se desencadenaría.

Llegamos con 5 minutos de retraso a la agencia, pensé que sería algo significativo pues yo espera el máximo de seriedad por parte de la universidad (yo me dirigía a una presentación de esta dirigida a los escolares que tengan planeado estudiar en ella), sin embargo la representante nos atendió con mucha cordialidad y pareció no percatarse de la hora; pregunto mi apellido y empezó a buscar entre los sobres con los boletos. Mientras ella buscaba yo paseaba mi mirada hacia las parejas de padres e hijos que nos rodeaban; todos lucían cansados y adormecidos, pero cada cierto tiempo aprovechaban para mirarme de reojo y catalogarme con su mirada.

- Mimbela –dice la señora, rompiendo el silencio de la noche- aquí tiene.

-a ver –responde mi padre con un tono amable (algo fingido que solo los que lo conocen podrían identificar).

-Mire usted va… -mi mente divaga y abandona la conversación.

Recorro nuevamente los rostros en busca de alguno familiar, no encuentro a nadie. Sin embargo una pareja me llama la atención; eran madre e hija ambas sonrientes y alegres, contrastan completamente con el ambiente que se vive en las afueras de la estación. Las veo reírse y compartir comentarios juntas.

Algunas veces pienso -o imagino, mejor dicho- como sería tener una buena relación con mi padre; tener ese espíritu de camaradería que muestran tan seguido las películas; quisiera saber que es poder ver a tu padre como algo más que una figura de autoridad, quisiera saber que es verlo como a un amigo; quisiera poder confiar en él y contarle mis secretos sin vergüenza, sin preocuparme por su opinión o por su expresión (siempre que le cuento algo en búsqueda de la confianza él contorsiona su rostro dando a notar su desagrado con mi comentario), quiero lograr que él confíe en mí y quiero poder confiar en él; quisiera poder abrasarlo sin sentir incomodidad o la necesidad de separarme (no por mí, sino porque siento que él esta incomodo haciéndolo); y es que yo abraso a mis amigos con mucha más fuerza y comodidad, con mas expresión y sensibilidad de la que alguna vez abrasé a mi padre.

-Diego, Diego –mi padre me llama hablando como si no estuviera aquí sino varios metros lejos de él- ya vamos a pasar.

-Ya papi –le respondo.

Entramos a la estación a esperar pacientemente la hora de embarcar; el televisor esta prendido y presenta las noticias nacionales. Curiosamente empezamos una plática algo forzada entre él y yo, platica que me obliga a fingir ignorancia buscando alargar este extraño momento compartido. La llamada de la terramosa interrumpe el conversatorio; obligándonos a regresar a esos momentos de silencios incómodos.

El viaje fue tranquilo y poco perceptible, dormí la mayor parte de él; desperté pocos minutos antes de llegar a la ciudad de destino, y pude notar en mí una peculiar sensación. No tenía nada en los ojos sin embargo todo lo veía diferente, las imágenes pasaban una por una en cámara lenta mostrándome la esencia de cada una de estas. Podía encontrar la belleza en los más habituales actos y figuras.

Un intento desesperado, por parte de mi padre, por romper el silencio que arremete contra nuestra relación. Me interesa poco o nada lo que mi padre vocifera, sin embargo finjo un especial interés. Pues seguía dentro de las imágenes que pasaban a través de mi ventana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De todas las historias que he leído hasta ahora, me gusta mucho esta, puesto que es muy similar a lo q he vivido... la relación con mi padre, lo peor q puede haber, siempre tratando de ser mejor q él. Por qué es tan fácil dar un buen abrazo a un amigo y tan difícil dárselo a tu padre...?