¡Papi. Papi! ¿Cómo conociste a mi mami? –preguntó Luciana mirando fijamente a su padre, lo miraba con aquellos ojos de ternura y admiración que sentía por su padre.
Álvaro miró a su pequeña hija de apenas seis años y vio en ella esos ojos curiosos que tanto le gustaban en su esposa. Levantó la mirada tratando de recordar, se tocó la barbilla y se sentó en el sillón más pequeño –ese que se encuentra mirando la chimenea que en ese momento irradiaba el calor de las últimas brazas de la leña- levantó a Luciana con fuerza y la sentó en sus piernas dándose cuenta que su pequeña niña había subido de peso; su pequeño ángel estaba creciendo, en marzo entraría al colegio y el podía recordar el glorioso día en que la sostuvo en sus brazos por primera vez; diminuta y gordita con la cara roja y los ojos entreabiertos mirándolo con cariño.
Ay mi amor fue hace ya mucho tiempo, yo tenía dieciséis años y tu Mamá quince –le dijo recordando el momento en que se conocieron, aunque el tiempo había pasado y había corroído muchos de sus recuerdos él no podía olvidar los momentos que pasó con ella- era el cumpleaños de tu tía Paula y yo fui a visitarla dándome con la sorpresa de que todas sus amigas estaban en su casa. Mi tía, la mamá de Paula, me invito a pasar y comer lasaña; yo me moría de hambre pues no cené ese día.
¿De mi madrina Paula? ¡Ella me fue a recoger al nido hace días y me dijo que te diga que la llames al celular hoy mismo! –dijo Luciana interrumpiendo la historia y mirando apenada a Álvaro.
Bueno amor, luego de comer la lasaña mis tíos me pidieron que cuide a todas las amigas de Paula porque ellos iban a salir; y entre todas las amigas de Paula estaba tu mami. Recuerdo que desde que la vi me gustó, tu mamá era muy simpática y se portó muy amable conmigo; creo que eso fue lo que hizo que me guste tanto.
Días después conseguí el Messenger de tu mamá –papi Claudia y Lucia ya tienen Messenger y me han dicho que me cree uno, pero yo no quiero porque pienso que soy muy chiquita para tener uno; a mí ni me gusta jugar en la computadora (dijo Luciana interrumpiendo a su padre)- Jajaja, ay mi amor eres única, te amo mi niña –le dijo Álvaro a su hija mirándola enamorado, él la amaba demasiado y nunca dejaría de hacerlo- bueno, pues tu mamá y yo conversamos mucho y todos los días, al poco tiempo me llego a gustar mucho y yo a gustarle mucho. Pasado un corto tiempo ella y yo ya éramos enamorados.
Las brazas de la chimenea charrasqueaban y saltaban quebrando el vacio fónico que dejó Álvaro cuando recordó ese momento. Con la mirada Álvaro regresó al pasado viéndose a sí mismo de la mano con su esposa.
Luciana anda a ponerte pijama mientras yo recojo la mesa, cuando bajes te sigo contando, si es que quieres -dijo Álvaro sonriendo.
Ya papi –respondió Luciana levantándose de un salto y poniendo las manos en su cintura, levantando el pecho y profiriendo una sonrisa de oreja a oreja mirando los ojos de su padre- ahorita bajo ¡no te vayas a ir!
Álvaro le sonrió y empujó en dirección a las escaleras; la vio subir las escaleras apresuradamente y una vez que le perdió de vista se dispuso a recoger la mesa de la cena: dos platos, dos tenedores, dos cuchillos, dos vasos y dos pisitos. Dejó todo en el lavatorio de la cocina y se puso los guantes para lavar el servicio.
Estaba terminando de secar los cuchillos cuando sintió unas pequeñas manos jalándole la camisa. “Ya termino Luciana espérame un momento en la sala” dijo Álvaro volteando ligeramente la cabeza para poder ver a su hija.
Mientras secaba el último tenedor pensó en la suerte que tiene de tener a Luciana con él, no sabría como vivir sin ella. Tenía todo lo que quería cuando estaba con ella.
Cuando regresó a la sala vio a Luciana acurrucada en el sillón mediano, se había quedado dormida esperándolo. Ese era el sillón favorito de Luciana; siempre se echaba en él a colorear sus libros o hacer su tarea, todas las tardes dormía una hora exacta, de 4 a 5pm, en ese sillón.
Álvaro al verla con su pijama rosa, los ojitos cerrados y una sonrisa en el rostro no quiso moverla; era una escena hermosa: su bella hija durmiendo alumbrada solo por el naranja rojizo de las brazas en la chimenea. Pero como padre sabía que no podía dejarla ahí; por lo que suavemente la levanto en sus brazos y la llevó hacia su cama.
Bajó a la sala nuevamente para apagar las últimas brazas que todavía habitaban la chimenea y subir a dormir, ya era tarde y el sueño le cerraba los ojos, al acercarse a la chimenea prefirió quedarse despierto un momento más y esperar que se apagasen por sí solas; le gustaba el silencio que llenaba la casa, y el sonido ocurrente de una chispa que salta para extinguirse en el aire. Finalmente el sueño lo venció y pasó la noche sentado y mirando la chimenea.
1 comentario:
Wow...empiezo a creer qe soi la unica qe sigue con intriga la lectura de esta mini-novela xD...
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