Sentado al borde la cama
con tu silueta en mi espalda.
Recordándome el pecado,
el pecado que me recuerda a ti.
Me recuerda aquel tango
que bailamos en un suelo de cristal.
Con cada paso... una caricia.
Con cada paso... quebramos el cristal.
Y caemos en el taciturno abismo
que llamamos nuestro amor.
Y en el fondo acogedor:
Tus mentiras, tus tretas, tus juegos... yo.
domingo, 24 de octubre de 2010
domingo, 17 de octubre de 2010
Juguemos un Juego (Segunda Parte)
A Santiago la noticia le impactó más de lo que pudiese haber esperado en el pasado. En aquellos días en los que aceptaba que Sonia y él no llegarían a estar juntos. Siempre supo, aunque nunca lo aceptó, que un día de estos Sonia se casaría. Pero guardaba el deseo que ese día nunca llegaría. Se sentía ofendido, como si hubieran jugado con él todas aquellas veces que se encontraron. Sentía que Sonia jugaba con él en este momento. Debía enterrar la esperanza de que algún día volviesen a estar juntos. La esperanza de que éstos encuentros en medio de la madrugada no sean efímeros por siempre, que llegara el alba y ambos sigan juntos.
El policía volvió con los cafés que Santiago le pidió. Insistió con que se quedase con el vuelto, pero el policía se negó.
-Déjame adivinar -dijo Santiago sepultando el silencio-, te casaste una playa con la arena blanca, tú de blanco, él de blanco, el cura de blanco. El único contraste lo creaba el azul del océano y el naranja del atardecer. Tienes dos hijos, ninguno es tuyo. Son del primer matrimonio de tu marido. Nunca ansiaste tener hijos que tú hayas dado a luz. Vives en una casa de dos pisos que tú diseñaste. Luego de diseñar la casa nunca más volviste a trabajar. Tienes dos perros, shar pei, llevan nombres extraños cuyo significado tu esposo no entiende. Los domingos van a misa juntos a la Basílica de San Antonio. Tú viajas seguido por el mundo, una o dos veces al año. El primer año fuiste a la India y a Praga. A la India porque te llama la atención todo lo budista y a Praga porque te gusta el nombre de la ciudad.
-Tienes razón. Pero no te portes como mi inquisidor. No tienes derecho a hacerlo. ¿Qué me puedes decir de ti? Tienes dos novias y no te importa si terminas con alguna. Por tu cabeza la palabra matrimonio no encuentra su significado. Eres egoista y egocéntrico. Tu vida, tu mundo son sólo tus libros, tu departamento, tus antigüedades, las cartas que me escribiste y recuperaste cuando terminamos en un cajón con llave. Cada vez que te emborrachas las lees nuevamente, aunque sabes que no tiene caso porque las sabes de memoria. Te importa salir a tomar con tus amigos en el club. ¿Por qué no maduras? ¿Por qué no creces? Sienta cabeza, cásate con una de tus novias, o al menos enamórate de alguna. ¿Qué tienes contra el amor? Ya es hora que demuestres que tienes un corazón.
-¡Yo no tengo un corazón!
-¿Qué le pasó? -dijo Sonia con un tono burlón que ofuscó a Santiago- ¿Lo perdiste en el casino o en la cama de alguna de las putas con las que te acuestas?
-No lo encontré luego que lo botaste como basura.
domingo, 10 de octubre de 2010
Juguemos un Juego
Suena el teléfono.
-¿Quién es?
-¿Santiago? Soy yo -dijo una voz al otro lado de la línea- ¿No me reconoces?
-¿Quién? -preguntó a pesar que sabía muy bien de quién se trataba- ¿Quién yo?
-Soy Sonia, Santiago, ¿Te acuerdas de mí? -se podía sentir, incluso tocar la desilusión en su voz.
-Claro, Sonia. Es la una y media, puedo saber a qué se debe tu llamada.
-Santiago no tengo mucho tiempo ¿Puedes venir a verme?
-¿Tiene que ser ahora mismo?
-Sí.
-Bueno, ¿Dónde te encuentras?
-En la Comisaría Cesar Llatas. Por Saenz-Peña. Por donde quedaba la casa de Ricardo.
-Bueno, iré en 20 minutos.
La llamada no llegó a sorprender a Santiago más de lo que una llamada a esa podría sorprender a una persona. Sucede de vez en cuando cada dos o tres años desde que Santiago tenía 19. Sonia y él fueron novios. Su relación duró poco menos de seis meses. La inmadurez de Sonia y el caracter impulsivo de Santiago fueron la causa de su rompimiento. Desde aquel día en que terminaron Santiago sepultó a Sonia, y Sonia asesinó a Santiago. Dejaron muy clara su relación para el resto de sus amigos. Todos creían que ellos no volvieron ni volverían a hablarse. Aunque aquello no era del todo cierto. Ambos se encontraban en ciertas ocasiones, como esta. Siempre en la madrugada. Siempre en una comisaría. Nunca después del alba. Jugaban a ser amigos nuevamente, que nada había pasado, se besaban, se abrazaban, se decían que se amaban. Y luego con el sol tenían que irse. Volver a aquella paz indeseada que ambos habían formado, y habían adoptado como sus vidas. Por esas horas de guerra con el mundo, ambos eran quienes deseaban ser. Como dos niños que juegan a la casita. Ellos jugaban a que eran felices.
Veintiocho minutos después de la llamada de Sonia la imagen de un hombre con sombrero, paraguas y gabardina gris penetra la calma catacúmbica del umbral de la comisaría.
-Quiero hablar con Sonia Ruiz, por favor.
-Es familiar suyo -dijo un suboficial regordete con un bigote sobrecrecido y una gorra que disimulaba su calvicie. El gafete en su camisa decía "Roberto Camacho"- ¿Cómo se llama?
-Soy su abogado, Santiago Queveda.
Es curioso el miedo casi instintivo que le tienen los policias a los abogados. Santiago no ejercía su profesión con regularidad. Desde que egresó de la escuela de leyes no ha ejercido con regularidad su título. En contadas ocasiones ejerció su profesión, cuando algún amigo lo necesitaba por conducir ebrio o en caso de algún divorcio o demanda en la que necesitaran un favor.
Eso se debe a la primera y última vez que Santiago fue a juicio. Se trataba del divorcio de Ricardo, su hermano. Era el primer caso que llevaba Santiago pues acababa de salir de la escuela de leyes. Como el prodigio que era logró ganar el caso alegando que Alejandra, la esposa de Ricardo, era emocionalmente inestable. En una ocasión quemó a Nicolas, su hijo de cuatro años, con la plancha por no poder pronunciar una palabra bien. Santiago ganó el juicio y la custodia de Nicolás. Alejandra se quedó sin pensión, sin esposo, sin hijo, sin familia y con el repudio de la sociedad. Dos meses después Alejandra entró en el departamento de Ricardo con una magnum .38. Entró a hurtadillas en el cuarto de Ricardo y le disparó mientras dormía. El disparo levantó a Nicolas y fue al cuarto de Ricardo. Al ver a su madre con el arma en la mano y su padre sangrando en la cama él empezó a gritar. Alejandra le disparó entre los ojos sin piedad, como si no se tratase de su hijo. Luego se puso el arma en la sien y jaló del gatillo. Lo único que quedó se rostro se encontraba regado por las paredes del cuarto.
Sonia se encontraba en un cuarto con un escritorio en el centro y dos sillas, una de cada lado. Llevaba puesto un vestido de noche y joyas de oro. Fumaba un cigarrillo y cruzaba las piernas. Sonia es una mujer blanca a lo peruano, cabello castaño oscuro y piernas largas. Santiago se enamoró de ella hace más de 10 años. Y cada que se veían se volvía a enamorar. Su belleza era sólo superada por su intelecto. Santiago nunca conoció mujer más bella, inteligente y hábil. Toda su vida buscó a alguien igual o que por lo menos se asemeje. Sobra decir que nunca la encontró.
-¿Qué ha sucedido Sonia?
-Quería verte.
-¿Y qué hiciste? Robaste un auto, causaste un accidente, golpeaste alguien, perturbaste el orden público. ¿O todo?
-No importa, estás aquí.
-Y ¿Por qué querías verme?
-Tampoco importa, estás aquí.
-¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?¿Cinco años?
-Seis.
-¿Cómo has estado?
-Bastante bien.
-Espera.
Santiago se levantó y se acercó a la puerta. Llamó a un guardia bastante joven y le dió un billete de cincuenta soles. Le pidió que les traiga dos cafés americanos del centro.
-Disculpa, es algo tarde y no he estado durmiendo bien. Apenas hoy logré conciliar el sueño.
-Puedes irte si deseas hacerlo.
-Sabes que si no quisiera estar aquí ni siquiera hubiera venido.
-¿Todavía te acuestas con la zorra de Pamela?
-No, ya no.
-¿Tienes novia?
-Sí, dos. ¿Todavía sales con el imbécil del médico ese?
-Me casé con él.