domingo, 10 de octubre de 2010

Juguemos un Juego

Suena el teléfono.
-¿Quién es?
-¿Santiago? Soy yo -dijo una voz al otro lado de la línea- ¿No me reconoces?
-¿Quién? -preguntó a pesar que sabía muy bien de quién se trataba- ¿Quién yo?
-Soy Sonia, Santiago, ¿Te acuerdas de mí? -se podía sentir, incluso tocar la desilusión en su voz.
-Claro, Sonia. Es la una y media, puedo saber a qué se debe tu llamada.
-Santiago no tengo mucho tiempo ¿Puedes venir a verme?
-¿Tiene que ser ahora mismo?
-Sí.
-Bueno, ¿Dónde te encuentras?
-En la Comisaría Cesar Llatas. Por Saenz-Peña. Por donde quedaba la casa de Ricardo.
-Bueno, iré en 20 minutos.

La llamada no llegó a sorprender a Santiago más de lo que una llamada a esa podría sorprender a una persona. Sucede de vez en cuando cada dos o tres años desde que Santiago tenía 19. Sonia y él fueron novios. Su relación duró poco menos de seis meses. La inmadurez de Sonia y el caracter impulsivo de Santiago fueron la causa de su rompimiento. Desde aquel día en que terminaron Santiago sepultó a Sonia, y Sonia asesinó a Santiago. Dejaron muy clara su relación para el resto de sus amigos. Todos creían que ellos no volvieron ni volverían a hablarse. Aunque aquello no era del todo cierto. Ambos se encontraban en ciertas ocasiones, como esta. Siempre en la madrugada. Siempre en una comisaría. Nunca después del alba. Jugaban a ser amigos nuevamente, que nada había pasado, se besaban, se abrazaban, se decían que se amaban. Y luego con el sol tenían que irse. Volver a aquella paz indeseada que ambos habían formado, y habían adoptado como sus vidas. Por esas horas de guerra con el mundo, ambos eran quienes deseaban ser. Como dos niños que juegan a la casita. Ellos jugaban a que eran felices.

Veintiocho minutos después de la llamada de Sonia la imagen de un hombre con sombrero, paraguas y gabardina gris penetra la calma catacúmbica del umbral de la comisaría.

-Quiero hablar con Sonia Ruiz, por favor.
-Es familiar suyo -dijo un suboficial regordete con un bigote sobrecrecido y una gorra que disimulaba su calvicie. El gafete en su camisa decía "Roberto Camacho"- ¿Cómo se llama?
-Soy su abogado, Santiago Queveda.

Es curioso el miedo casi instintivo que le tienen los policias a los abogados. Santiago no ejercía su profesión con regularidad. Desde que egresó de la escuela de leyes no ha ejercido con regularidad su título. En contadas ocasiones ejerció su profesión, cuando algún amigo lo necesitaba por conducir ebrio o en caso de algún divorcio o demanda en la que necesitaran un favor.

Eso se debe a la primera y última vez que Santiago fue a juicio. Se trataba del divorcio de Ricardo, su hermano. Era el primer caso que llevaba Santiago pues acababa de salir de la escuela de leyes. Como el prodigio que era logró ganar el caso alegando que Alejandra, la esposa de Ricardo, era emocionalmente inestable. En una ocasión quemó a Nicolas, su hijo de cuatro años, con la plancha por no poder pronunciar una palabra bien. Santiago ganó el juicio y la custodia de Nicolás. Alejandra se quedó sin pensión, sin esposo, sin hijo, sin familia y con el repudio de la sociedad. Dos meses después Alejandra entró en el departamento de Ricardo con una magnum .38. Entró a hurtadillas en el cuarto de Ricardo y le disparó mientras dormía. El disparo levantó a Nicolas y fue al cuarto de Ricardo. Al ver a su madre con el arma en la mano y su padre sangrando en la cama él empezó a gritar. Alejandra le disparó entre los ojos sin piedad, como si no se tratase de su hijo. Luego se puso el arma en la sien y jaló del gatillo. Lo único que quedó se rostro se encontraba regado por las paredes del cuarto.

Sonia se encontraba en un cuarto con un escritorio en el centro y dos sillas, una de cada lado. Llevaba puesto un vestido de noche y joyas de oro. Fumaba un cigarrillo y cruzaba las piernas. Sonia es una mujer blanca a lo peruano, cabello castaño oscuro y piernas largas. Santiago se enamoró de ella hace más de 10 años. Y cada que se veían se volvía a enamorar. Su belleza era sólo superada por su intelecto. Santiago nunca conoció mujer más bella, inteligente y hábil. Toda su vida buscó a alguien igual o que por lo menos se asemeje. Sobra decir que nunca la encontró.

-¿Qué ha sucedido Sonia?
-Quería verte.
-¿Y qué hiciste? Robaste un auto, causaste un accidente, golpeaste alguien, perturbaste el orden público. ¿O todo?
-No importa, estás aquí.
-Y ¿Por qué querías verme?
-Tampoco importa, estás aquí.
-¿Cuándo fue la última vez que nos vimos?¿Cinco años?
-Seis.
-¿Cómo has estado?
-Bastante bien.
-Espera.

Santiago se levantó y se acercó a la puerta. Llamó a un guardia bastante joven y le dió un billete de cincuenta soles. Le pidió que les traiga dos cafés americanos del centro.

-Disculpa, es algo tarde y no he estado durmiendo bien. Apenas hoy logré conciliar el sueño.
-Puedes irte si deseas hacerlo.
-Sabes que si no quisiera estar aquí ni siquiera hubiera venido.
-¿Todavía te acuestas con la zorra de Pamela?
-No, ya no.
-¿Tienes novia?
-Sí, dos. ¿Todavía sales con el imbécil del médico ese?
-Me casé con él.

No hay comentarios: