domingo, 17 de octubre de 2010

Juguemos un Juego (Segunda Parte)

A Santiago la noticia le impactó más de lo que pudiese haber esperado en el pasado. En aquellos días en los que aceptaba que Sonia y él no llegarían a estar juntos. Siempre supo, aunque nunca lo aceptó, que un día de estos Sonia se casaría. Pero guardaba el deseo que ese día nunca llegaría. Se sentía ofendido, como si hubieran jugado con él todas aquellas veces que se encontraron. Sentía que Sonia jugaba con él en este momento. Debía enterrar la esperanza de que algún día volviesen a estar juntos. La esperanza de que éstos encuentros en medio de la madrugada no sean efímeros por siempre, que llegara el alba y ambos sigan juntos.

El policía volvió con los cafés que Santiago le pidió. Insistió con que se quedase con el vuelto, pero el policía se negó.

-Déjame adivinar -dijo Santiago sepultando el silencio-, te casaste una playa con la arena blanca, tú de blanco, él de blanco, el cura de blanco. El único contraste lo creaba el azul del océano y el naranja del atardecer. Tienes dos hijos, ninguno es tuyo. Son del primer matrimonio de tu marido. Nunca ansiaste tener hijos que tú hayas dado a luz. Vives en una casa de dos pisos que tú diseñaste. Luego de diseñar la casa nunca más volviste a trabajar. Tienes dos perros, shar pei, llevan nombres extraños cuyo significado tu esposo no entiende. Los domingos van a misa juntos a la Basílica de San Antonio. Tú viajas seguido por el mundo, una o dos veces al año. El primer año fuiste a la India y a Praga. A la India porque te llama la atención todo lo budista y a Praga porque te gusta el nombre de la ciudad.
-Tienes razón. Pero no te portes como mi inquisidor. No tienes derecho a hacerlo. ¿Qué me puedes decir de ti? Tienes dos novias y no te importa si terminas con alguna. Por tu cabeza la palabra matrimonio no encuentra su significado. Eres egoista y egocéntrico. Tu vida, tu mundo son sólo tus libros, tu departamento, tus antigüedades, las cartas que me escribiste y recuperaste cuando terminamos en un cajón con llave. Cada vez que te emborrachas las lees nuevamente, aunque sabes que no tiene caso porque las sabes de memoria. Te importa salir a tomar con tus amigos en el club. ¿Por qué no maduras? ¿Por qué no creces? Sienta cabeza, cásate con una de tus novias, o al menos enamórate de alguna. ¿Qué tienes contra el amor? Ya es hora que demuestres que tienes un corazón.

-¡Yo no tengo un corazón!
-¿Qué le pasó? -dijo Sonia con un tono burlón que ofuscó a Santiago- ¿Lo perdiste en el casino o en la cama de alguna de las putas con las que te acuestas?
-No lo encontré luego que lo botaste como basura.

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