Santiago salió del cuarto en el que se encontraba y fue a ver al padre de un compañero de promoción y amigo del padre de Santiago que creía trabajaba en aquella comisaría. La última vez que supo de él era comandante, por lo que creyó que podría ayudarlo. Fue él quien le informó de la muerte de Ricardo, pese a que, como comandante, no era su función, sin embargo como amigo de la familia se sintió obligado. Lo llamó en medio de la madrugada y con la voz que se le quebraba se identificaba al otro lado de la línea -buenas noches señor, le habla el comandante...-, pero mientras decía su nombre la pena quebró su voz y dijo: Santiago tu hermano, Ricardito, ha muerto. Santiago no recuerda mucho más de aquella noche.
La mujer con la que salía se había quedado a dormir y contó ver a Santiago caer al piso mientras perdía el conocimiento. Media hora después Santiago se despertó en una camilla de urgencias del hospital Almanzor Aguinaga con la sensación de ser él quien había muerto y no su hermano; que su hermano lo estaría esperando fuera de urgencias. Santiago odiaba esa comisaría, le recordaba la muerte de su hermano y su ahijado. Sin embargo sabía que no debía vivir con la pena por siempre. Fue a buscar a Roberto para conversar sobre la fianza.
-Con dos mil cocos basta Santiago. Ya sabes que tu padre y yo éramos muy buenos amigos. Además tú y Alonso, son amigos desde el colegio, terminaron juntos. Y ni hablar de Ricardito, tú sabes que yo lo estimaba mucho a tu hermano.
-Por favor Roberto déjame darte tres mil. Es por las molestias que la señorita pudo haber causado en la comisaría. Si deseas reparte los otros mil entre los hombres de turno. Es lo mínimo que puedo hacer por haberse portado tan bien conmigo y con ella. Sin hablar del favor de borrar este suceso del historial de la señorita Ruiz y guardar el secreto de mi visita.
-Está bien Santiago no te preocupes. Muchas gracias. Estate seguro de que ninguno de mis hombres hablará del tema.
-Muchas gracias Roberto, ahora debo irme. Saludos a Alonso y a su esposa.
Santiago salió de la oficina de Roberto y se dirigió al cuarto donde había estado con Sonia. Por los pasadizos de la comizaría los policías lo miraban con furia. La mayoría de ellos eran de la sierra y su crianza los había vuelto reacios a la clase alta. La influencia del terrorismo había ido expandiéndose desde que soltaron a todos aquellos senderistas en el segundo gobierno de Alan. Ahora las ciudades estaban llenas de gente de la sierra con ideas senderistas o emerretistas. Con odio hacia la clase alta, y Santiago era miembro de una de las familias más antiguas y adineradas de la ciudad. Al llegar al cuarto dónde había estado con Sonia notó que moría de frío, así que tomó su abrigo y lo paso por los hombros de Sonía mientras le daba la orden de irse.
-¿A dónde vamos? -preguntó Sonia cuando cerró la puerta del auto de Santiago.
-Al country.
-No podemos ir, me conocen, conocen a mi marido.
-Eso ya no importa, después de esta noche no volverás con él. Nos iremos a europa y viviremos allí.
-Está bien.
Llegaron al Country y entraron al bar. Santiago llamó al barman a su mesa y le dijo:
-Dame dos whisky con cola, una cajetilla de cigarrillos y trae un cenicero.-pagó lo que debía y de su billetera sacó un billete de cien, lo puso en la mano del barman y agregó- La señora y yo no hemos venido esta noche, que quede claro entre los demás empleados.
1 comentario:
y..esta historia se vuelve cada vez más interesante...me encantaa
espero ansiosa una quinta parte...u.u
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