lunes, 22 de noviembre de 2010

Linardo, el gato con pedigree

Déjenme contarles una historia, sobre un gato llamado Linardo. Yo lo conocí, solíamos andar por el club mientras conversábamos de gatas y ratones. De vez en cuando Linardo prendía un ratón y fumaba. Linardo, era el gato de la familia más adinera de la ciudad. Decían que dormía en sábanas de seda y que el colchón de su cama había sido traído, en exclusividad para él, desde Suiza. Bebía únicamente leche importada de vaca holandesa, y comía croquetas de pescado con sabor a sushi traídas desde Japón.
Linardo cuando no salía de su casa en la camioneta, y decidía ir caminando a algún lugar levantaba la cola lo más que pudiese, solía decir que no gustaba que se le ensuciase. No todos los gatos lo querían, aunque muchos querían su amistad. Todas las gatas sabían quién era Linardo, y las que lo conocían se enamoraban absurdamente de él. Sin embargo Linardo no se emparejaba con ninguna gata que no tuviese certificado de pedigree. Linardo creía que podía tener a la gata que quisiese, y tenía razón. Las gatas se idiotizaban cuando Linardo les hablaba.

Fue un día nublado cuando Linardo salió con sus dueños a la veterinaria, magna fue su sorpresa al descubrir que esta había sido mudada. Ahora se encontraba en las periferias de la ciudad y era una clínica animal de cinco pisos, con servicios únicos en el país. Linardo miraba por la ventana de la camioneta cuando visualizó a lo lejos a una hermosa gata persa mirando con soberbia al mundo. Linardo sacó pecho y puso la mejor cara, sin embargo la hermosa gata persa ni siquiera se inmutó. Linardo bajó de la camioneta y pasó delante de ella levantando la cola, pero la hermosa gata persa ni lo notó.

Aquella noche Linardo no podía concebir el sueño a causa de la incertidumbre que esa hermosa había causado en él. Por lo que se escapó y me buscó. Me preguntó si la conocía y le dije que sí sabía de ella. Era una gata callejera. Linardo salió corriendo en busca de la gata, pero entre las calles oscuras de la ciudad se perdió. Un ronroneo maravilloso lo guió hasta la silueta de una gata que le ronroneaba a la luna. Linardo se acercó y reconoció a la hermosa gata persa –cuyo nombre no recuerdo- sentada sobre un muro de ladrillos.

Linardo se despejó la garganta y de manera directa, sin tapujos le preguntó “¿Por qué no te enamoraste de mí al verme? ¿Acaso no sabes quién soy?”. La gata –cuyo nombre aún no recuerdo- miró Linardo de reojo y le respondió “¿Acaso no sabes tú quién soy yo? ¿Acaso debo amarte sólo por tu nombre o tu rostro? ¿Acaso crees que basta el pedigree, la familia o el nombre para amar? Yo no te conozco, ahora si no te molesta déjame sola”.

Linardo regresaba por dónde llego cuando la voz de una persona llamó: michi michi. Linardo como gato de casa y confiado de los humanos se acercó a la persona, esta lo tomó de la cola y guardó en un saco.

A la mañana siguiente toda la familia de Linardo salió a buscarlo, se dividieron en dos grupos. Estoy seguro de que toda la familia pasó por dónde se encontraba Linardo al menos cinco veces. Linardo se encontraba en la estantería de un local del barrio chino, despellejado y colgado y exhibido junto con otros cuatro gatos como el menú económico. De todos ellos sólo Linardo tenía certificado de pedigree.

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