Estoy escribiendo buscando pasar el tiempo, pues para “cambiar mi rutina” he sido nuevamente castigado. Este es un castigo algo especial, algo a lo que los profesores no habían recurrido en mi caso; estoy felizmente sentado al lado de la escalera principal de mi colegio. Junto a mí se encuentra Fernando, mirándome escribir y riendo con un notable sarcasmo.
Una compañera acaba de bajar por las escaleras, y al vernos desde arriba desacelera su paso y con un suave movimiento de manos sujeta su falda buscando evitarnos un leve momento de terror o placer. La salude llamándola enérgicamente por su nombre, y ella respondió planteándonos una interrogante “¿Qué hacen acá?”, una respuesta involuntaria rompió el silencio: “me botaron para variar”, compartiendo una sonrisa burlona ella sigue su camino hacia el baño.
Pasa el tiempo y las palabras – o la falta de ellas- son un claro indicador de cómo se lleva mi relación con Fernando.
El retorno de mi compañera era algo predecible, y aprovechando este suceso en medio del muy desafortunado castigo opte por pedirle su correo; un rápido y coordinado movimiento de manos (algo raro en mi porque normalmente parezco un pez fuera del agua) ponen mi cuaderno y mi lapicero a su disposición; al regresar estos a mí y revisar la dirección escrita por ella, agrego: “y la dedicatoria”. Ella sonríe y alegremente pregunta ¿Qué te pongo?”; ese ingenio típico de mi demuestra nuevamente trabajar por sí solo y responder con las mas rebuscadas palabras dentro de mi vocabulario: “no sé”. Me gusta tu cabeza –fueron las palabras que ella dijo mientras que escribía, mirándome a los ojos y tratando de ser amable. Nuevamente mi extravagante personalidad sale a notar y dice:”me gustan tus dientes” (tiene frenos); y rio ligeramente.
Se escuchan voces y palabras algo violentas y subidas de tono; una discusión se acerca a nosotros. Es un profesor y un alumno (que sinceramente me alegra verlo en esa posición), el profesor nos mira sorprendido y pregunta “¿y ustedes que hacen acá?”; y una vez más mi respuesta fue ¡¡estúpida!!: “lo mismo que el” (señalando al alumno en problemas). El profesor llevó al alumno alejándolo de nosotros. Sin embargo la distancia no pudo disimular el cortante y gracioso “carajo” o el “mierda” que el profesor proliferaba tratando de educar al joven.
Luego de esta graciosa escena el odioso y gratificante timbre anuncia el inicio del recreo; lo que me hace pensar en las muchas aventuras que viviré en los próximos treintaicinco minutos. Siempre hay aventuras, solo basta saber buscarlas.
Una compañera acaba de bajar por las escaleras, y al vernos desde arriba desacelera su paso y con un suave movimiento de manos sujeta su falda buscando evitarnos un leve momento de terror o placer. La salude llamándola enérgicamente por su nombre, y ella respondió planteándonos una interrogante “¿Qué hacen acá?”, una respuesta involuntaria rompió el silencio: “me botaron para variar”, compartiendo una sonrisa burlona ella sigue su camino hacia el baño.
Pasa el tiempo y las palabras – o la falta de ellas- son un claro indicador de cómo se lleva mi relación con Fernando.
El retorno de mi compañera era algo predecible, y aprovechando este suceso en medio del muy desafortunado castigo opte por pedirle su correo; un rápido y coordinado movimiento de manos (algo raro en mi porque normalmente parezco un pez fuera del agua) ponen mi cuaderno y mi lapicero a su disposición; al regresar estos a mí y revisar la dirección escrita por ella, agrego: “y la dedicatoria”. Ella sonríe y alegremente pregunta ¿Qué te pongo?”; ese ingenio típico de mi demuestra nuevamente trabajar por sí solo y responder con las mas rebuscadas palabras dentro de mi vocabulario: “no sé”. Me gusta tu cabeza –fueron las palabras que ella dijo mientras que escribía, mirándome a los ojos y tratando de ser amable. Nuevamente mi extravagante personalidad sale a notar y dice:”me gustan tus dientes” (tiene frenos); y rio ligeramente.
Se escuchan voces y palabras algo violentas y subidas de tono; una discusión se acerca a nosotros. Es un profesor y un alumno (que sinceramente me alegra verlo en esa posición), el profesor nos mira sorprendido y pregunta “¿y ustedes que hacen acá?”; y una vez más mi respuesta fue ¡¡estúpida!!: “lo mismo que el” (señalando al alumno en problemas). El profesor llevó al alumno alejándolo de nosotros. Sin embargo la distancia no pudo disimular el cortante y gracioso “carajo” o el “mierda” que el profesor proliferaba tratando de educar al joven.
Luego de esta graciosa escena el odioso y gratificante timbre anuncia el inicio del recreo; lo que me hace pensar en las muchas aventuras que viviré en los próximos treintaicinco minutos. Siempre hay aventuras, solo basta saber buscarlas.