Querida Amalia:
Amiga mía, sé que te preguntarás la razón por la que te escribo una carta en este tiempo de e-mails. La razón por la que sacrifico la velocidad que ofrece el internet es que toda mi vida he considerado que los e-mails vuelven la comunicación más impersonal, los e-mails son fríos, sin la sensación familiar que ofrece una carta a puño y letra. Y tú, que siempre has sido mi mejor amiga, no te mereces un e-mail, te mereces una carta.
Discúlpame por no haberte escrito antes, no era mi intención dejarte de lado; es sólo que esperaba a que estuviésemos instalados en la casa para poder escribirte. Santiago y yo llevamos en Madrid casi dos años. Cuando llegamos nos alojamos en un hotel durante unas semanas hasta que Santiago consiguió un departamento para alquilar. En ese departamento estuvimos dos meses, esperando a que se desocupe otro para que nosotros lo comprásemos. Luego de comprar nuestro primer departamento Santiago me pidió que preparara los planos para una casa, me pidió que diseñe la casa que siempre he querido. Sólo especificó tres cosas: quería una cava de vino, un bar y un salón de juegos. Lo demás lo podía decidir yo. Y la verdad es que he diseñado una casa hermosa, es sin duda maravillosa.
La construcción de la casa se demoró al menos un año, hace apenas unas semanas que nos hemos mudado y hace apenas una semana que he terminado de decorar hasta el último cuarto de la casa. He construido un cuarto –aunque Santiago no lo sabe- que será para el bebé. No creas que estoy embarazada, es sólo que me ataca, de vez en cuando, la idea de tener un hijo con Santiago. Aunque sé bien que Santiago moriría por tener una hija, a mí me da lo mismo. Sólo espero que él esté de acuerdo y que sea pronto.
Santiago ha conseguido un trabajo de editor en un periódico local, aunque más que por el sueldo lo hace por tener una ocupación. De noche escribe para un periódico de Lima y otro en Bogotá. En ambos publica lo mismo. Te mentiría si te dijera que sé sobre qué escribe, la verdad es que nunca me ha interesado leer algo que él haya escrito; no es por mala o porque escriba mal, sino que no me apetece leer algo de Santiago.
Nos levantamos todos los días a las nueve de la mañana y desayunamos juntos. Supuestamente la organización era: un día prepara el desayuno él y al otro yo. Pero yo nunca cocino así que Santiago termina preparando el desayuno todos los días. Siempre vuelve como a las dos de la tarde y almorzamos juntos en la casa (para esa hora la cocinera ya debe haber preparado el almuerzo) y la sobremesa suele durar hasta las tres (hora en que Santiago vuelve al periódico). Dando las seis Santiago está de vuelta a la casa y salimos a caminar por la ciudad hasta que anochece, luego elegimos un lugar y nos sentamos a tomar un café y comer algo. Cuando volvemos a la casa yo me echo en la cama a leer un libro y Santiago se va al bar y se sirve un trago, toma notas en una libreta que siempre lleva consigo y luego va a su escritorio a escribir.
Algunos días jugamos billas juntos y tomamos algo, oh amiga nuestro amor está tan fresco, siento como si fuésemos dos adolecentes enamorados. Otros días vienen algunos amigos de Santiago a la casa para jugar póker. Nunca me molesto por ellos, como mi madre solía molestarse con mi padre por culpa de sus amigos, suelen ser muy caballerosos y no hacen mucho ruido.
Sobre nuestras familias, la mía no quiere saber nada de mí y la de Santiago no nos apoya, pero tampoco nos rechaza. Nuestro viaje fue tan inesperado que hirió a muchas personas. Pero Santiago dice que no necesitamos de ellos para ser felices. Yo creo lo mismo, aunque extraño mucho a mis padres. Les enviaré una carta y esperaré su respuesta. Aunque sé que mi madre no me odia, pero mi padre está tan decepcionado por haber roto mi matrimonio que mi madre teme comunicarse conmigo.
Debo confesar algo: nunca había sido tan feliz con alguien. Soy muy feliz con Santiago, cada día es más bello que el anterior. Y yo lo amo, es perfecto. Pero, claro, no se lo he dicho. Sabes que a los hombres se les sube a la cabeza muy rápido. Se lo diré en algún momento, aunque él ya debe saberlo. Me siento como una niña armando el nombre de nuestros hijos con nuestros apellidos, me imagino como “La señora de Santiago Quevedo”, pienso en pasar el resto de nuestras vidas juntos y veo nuestro mausoleo dónde nos enterrarán juntos.
Debo confesar algo más: existe una razón oculta por la que te he escrito esta carta. Y es que Santiago me ha pedido matrimonio –hace apenas tres días- y yo he aceptado. Quisiera que vengas a España para que puedas estar en mi boda. Si bien yo nunca me casé por la iglesia y podríamos casarnos mañana mismo, estamos esperando que salgan los papeles de mi divorcio para casarnos. Estimamos que será en menos de un año. Y tan pronto como salgan nos casaremos.
Con mucho cariño, tu fiel amiga Sonia Ruiz.