martes, 30 de noviembre de 2010

Juguemos un Juego (Sexta Parte)

Querida Amalia:

Amiga mía, sé que te preguntarás la razón por la que te escribo una carta en este tiempo de e-mails. La razón por la que sacrifico la velocidad que ofrece el internet es que toda mi vida he considerado que los e-mails vuelven la comunicación más impersonal, los e-mails son fríos, sin la sensación familiar que ofrece una carta a puño y letra. Y tú, que siempre has sido mi mejor amiga, no te mereces un e-mail, te mereces una carta.

Discúlpame por no haberte escrito antes, no era mi intención dejarte de lado; es sólo que esperaba a que estuviésemos instalados en la casa para poder escribirte. Santiago y yo llevamos en Madrid casi dos años. Cuando llegamos nos alojamos en un hotel durante unas semanas hasta que Santiago consiguió un departamento para alquilar. En ese departamento estuvimos dos meses, esperando a que se desocupe otro para que nosotros lo comprásemos. Luego de comprar nuestro primer departamento Santiago me pidió que preparara los planos para una casa, me pidió que diseñe la casa que siempre he querido. Sólo especificó tres cosas: quería una cava de vino, un bar y un salón de juegos. Lo demás lo podía decidir yo. Y la verdad es que he diseñado una casa hermosa, es sin duda maravillosa.

La construcción de la casa se demoró al menos un año, hace apenas unas semanas que nos hemos mudado y hace apenas una semana que he terminado de decorar hasta el último cuarto de la casa. He construido un cuarto –aunque Santiago no lo sabe- que será para el bebé. No creas que estoy embarazada, es sólo que me ataca, de vez en cuando, la idea de tener un hijo con Santiago. Aunque sé bien que Santiago moriría por tener una hija, a mí me da lo mismo. Sólo espero que él esté de acuerdo y que sea pronto.

Santiago ha conseguido un trabajo de editor en un periódico local, aunque más que por el sueldo lo hace por tener una ocupación. De noche escribe para un periódico de Lima y otro en Bogotá. En ambos publica lo mismo. Te mentiría si te dijera que sé sobre qué escribe, la verdad es que nunca me ha interesado leer algo que él haya escrito; no es por mala o porque escriba mal, sino que no me apetece leer algo de Santiago.

Nos levantamos todos los días a las nueve de la mañana y desayunamos juntos. Supuestamente la organización era: un día prepara el desayuno él y al otro yo. Pero yo nunca cocino así que Santiago termina preparando el desayuno todos los días. Siempre vuelve como a las dos de la tarde y almorzamos juntos en la casa (para esa hora la cocinera ya debe haber preparado el almuerzo) y la sobremesa suele durar hasta las tres (hora en que Santiago vuelve al periódico). Dando las seis Santiago está de vuelta a la casa y salimos a caminar por la ciudad hasta que anochece, luego elegimos un lugar y nos sentamos a tomar un café y comer algo. Cuando volvemos a la casa yo me echo en la cama a leer un libro y Santiago se va al bar y se sirve un trago, toma notas en una libreta que siempre lleva consigo y luego va a su escritorio a escribir.

Algunos días jugamos billas juntos y tomamos algo, oh amiga nuestro amor está tan fresco, siento como si fuésemos dos adolecentes enamorados. Otros días vienen algunos amigos de Santiago a la casa para jugar póker. Nunca me molesto por ellos, como mi madre solía molestarse con mi padre por culpa de sus amigos, suelen ser muy caballerosos y no hacen mucho ruido.

Sobre nuestras familias, la mía no quiere saber nada de mí y la de Santiago no nos apoya, pero tampoco nos rechaza. Nuestro viaje fue tan inesperado que hirió a muchas personas. Pero Santiago dice que no necesitamos de ellos para ser felices. Yo creo lo mismo, aunque extraño mucho a mis padres. Les enviaré una carta y esperaré su respuesta. Aunque sé que mi madre no me odia, pero mi padre está tan decepcionado por haber roto mi matrimonio que mi madre teme comunicarse conmigo.

Debo confesar algo: nunca había sido tan feliz con alguien. Soy muy feliz con Santiago, cada día es más bello que el anterior. Y yo lo amo, es perfecto. Pero, claro, no se lo he dicho. Sabes que a los hombres se les sube a la cabeza muy rápido. Se lo diré en algún momento, aunque él ya debe saberlo. Me siento como una niña armando el nombre de nuestros hijos con nuestros apellidos, me imagino como “La señora de Santiago Quevedo”, pienso en pasar el resto de nuestras vidas juntos y veo nuestro mausoleo dónde nos enterrarán juntos.

Debo confesar algo más: existe una razón oculta por la que te he escrito esta carta. Y es que Santiago me ha pedido matrimonio –hace apenas tres días- y yo he aceptado. Quisiera que vengas a España para que puedas estar en mi boda. Si bien yo nunca me casé por la iglesia y podríamos casarnos mañana mismo, estamos esperando que salgan los papeles de mi divorcio para casarnos. Estimamos que será en menos de un año. Y tan pronto como salgan nos casaremos.

 
Con mucho cariño, tu fiel amiga Sonia Ruiz.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Juguemos un Juego (Quinta Parte)

-Discúlpame un momento Sonia, debo hacer un llamada.
-No importa, yo te espero.

Santiago se levantó de la mesa y salió del bar. Habló por el celular unos diez o quizá doce minutos. Al volver al bar encontró el lugar de Sonia vacio, los tragos seguían sobre la mesa. Santiago se sentó y bebió de un sorbo su vaso de whisky con soda. Luego ordenó que le trajeran otro.

-No habrás pensado que te he dejado, que me he arrepentido -dijo Sonia tras de Santiago- ¿verdad?
-¿Cómo podría pensar algo así?
-Sólo he salido a tomar algo de aire.-Sonia puso sus manos en la espalda de Santiago, luego se acercó a sus labios y lo besó- Te extrañé.
-Me ausentaré más seguido.
-Santiago, ¿tú recuerdas nuestro primer beso?
-No, creo que no.
-Fue en aquella discoteca, creo que se llamaba "Neverland". Era del padre de tu ex novia ¿lo recuerdas? Cuando se enteró, de que te besé, te prohibió volver a verme, exigía que te alejaras de mí; ella me odiaba. Pero tú tan galante te negaste a hacerlo, le dijiste que no podía pedirte algo así. Ella amenazó con terminar todo, y tú terminaste con ella.
-Lo recuerdo, pero ¿cómo supiste todo eso? Yo nunca te lo conté.
-Una amiga suya me lo contó. Me alegré tanto al saber que me defendiste, y también me alegró que terminaras con ella. Era una cretina, siempre eliges malas chicas Santiago.
-Amén.
-¿Te acuerdas de aquella noche? Yo había salido con Sara, Nicole, Gabriela y otras amigas. Me convencieron en hacer previos en la casa de Gaby, tomamos tequila; era la primera vez que tomaba tequila. Nunca me ha gustado mucho tomar. Por ello me embriagué, era mi primera borrachera. Y tú llegaste a la discoteca, muy guapo, con tus amigos. Oh Santiaguito me alegré tanto al verte, sentía que estaba en el cielo y tú llegabas a visitarme para hacerlo todo más hermoso. Sólo pensé en correr hacia ti, besarte y abrazarte. Tú llegaste tan serio, frío e indiferente. Ni siquiera te fijaste en mí. Pero yo corrí y te besé, fue tan bonito ese beso; pude haber estado muy ebria, pero recuerdo ese beso. Luego te abrazé y te susurré al oido que sabía que tú todavía me amabas. ¿Recuerdas que cuando tenías dieciocho me dijiste que me amabas? Por eso dije eso. Tú me abrazaste muy fuerte y me susurraste al oido que debía dejar de tomar, que debía irme a mi casa. Yo me negué, por supuesto. Y tú, tan lindo, te quedaste a mi lado toda la noche. Bailábamos, conversábamos y cuando me quedé dormida me abrazaste y abrigaste. Luego me cargaste y me sacaste de la discoteca y me llevaste a mi casa. Mis padres se despertaron y te preguntaron qué es lo que había pasado. Tú mentiste por mí, dijiste que fuimos a bailar y dejamos los tragos en la mesa; que cuando regresamos yo tomé mi trago y me chocó. Que no te explicabas qué había pasado pues de repente me empecé a sentir mal. Yo me desperté en tus brazos y vi a mis padres conversando contigo. Te pedí que me lleves a mi cuarto y me acuestes en mi cama. Lo hiciste. Y cuando, mientras me arropabas, quise besarte me rechazaste tan sutilmente, con tanto cariño. Oh Santiaguito me enamoré de ti esa noche. A la mañana siguiente llegaste a verme, me trajiste un café y unas flores, luego te fuiste porque tenías que trabajar. Mis amigas me contaron que los chicos me seguían como buitres, esperando que te alejes de mí para llegar y aprovecharse de mi estado, pero tú no me dejaste en ningún momento. No te importó ganarte la enemistad de ellos. Y tú ni siquiera intentaste aprovecharte de mí, creo que yo quise aprovecharme de ti. Fue esa noche Santiaguito que, buscando una noche de diversión y descontrol, me enamoré de ti.
-Recuerdo la noche, y no dudo que te hayas enamorado, dos o tres meses después estuvimos y fuimos muy felices. Hasta después de la muerte de Ricardo, no comprendo por qué me dejaste después de su muerte.
-Eso ya no importa Santiago, ya olvidémoslo. Sólo recordemos las cosas buenas. ¿A quién llamaste hace un rato?
-Llamé a reservar un cuarto en el Garza Hotel, llamé a un amigo de LAN y a otro amigo para que vaya en la mañana a recoger tu pasaporte. Viajaremos en la tarde a Lima y mañana iremos a España.
-¿Y mi ropa?, ¿y mis cosas?
-Compraremos ropa y cosas nuevas.
-Está bien, ¿podemos ir al hotel ahora?
- Tomaré un trago más y nos iremos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Linardo, el gato con pedigree

Déjenme contarles una historia, sobre un gato llamado Linardo. Yo lo conocí, solíamos andar por el club mientras conversábamos de gatas y ratones. De vez en cuando Linardo prendía un ratón y fumaba. Linardo, era el gato de la familia más adinera de la ciudad. Decían que dormía en sábanas de seda y que el colchón de su cama había sido traído, en exclusividad para él, desde Suiza. Bebía únicamente leche importada de vaca holandesa, y comía croquetas de pescado con sabor a sushi traídas desde Japón.
Linardo cuando no salía de su casa en la camioneta, y decidía ir caminando a algún lugar levantaba la cola lo más que pudiese, solía decir que no gustaba que se le ensuciase. No todos los gatos lo querían, aunque muchos querían su amistad. Todas las gatas sabían quién era Linardo, y las que lo conocían se enamoraban absurdamente de él. Sin embargo Linardo no se emparejaba con ninguna gata que no tuviese certificado de pedigree. Linardo creía que podía tener a la gata que quisiese, y tenía razón. Las gatas se idiotizaban cuando Linardo les hablaba.

Fue un día nublado cuando Linardo salió con sus dueños a la veterinaria, magna fue su sorpresa al descubrir que esta había sido mudada. Ahora se encontraba en las periferias de la ciudad y era una clínica animal de cinco pisos, con servicios únicos en el país. Linardo miraba por la ventana de la camioneta cuando visualizó a lo lejos a una hermosa gata persa mirando con soberbia al mundo. Linardo sacó pecho y puso la mejor cara, sin embargo la hermosa gata persa ni siquiera se inmutó. Linardo bajó de la camioneta y pasó delante de ella levantando la cola, pero la hermosa gata persa ni lo notó.

Aquella noche Linardo no podía concebir el sueño a causa de la incertidumbre que esa hermosa había causado en él. Por lo que se escapó y me buscó. Me preguntó si la conocía y le dije que sí sabía de ella. Era una gata callejera. Linardo salió corriendo en busca de la gata, pero entre las calles oscuras de la ciudad se perdió. Un ronroneo maravilloso lo guió hasta la silueta de una gata que le ronroneaba a la luna. Linardo se acercó y reconoció a la hermosa gata persa –cuyo nombre no recuerdo- sentada sobre un muro de ladrillos.

Linardo se despejó la garganta y de manera directa, sin tapujos le preguntó “¿Por qué no te enamoraste de mí al verme? ¿Acaso no sabes quién soy?”. La gata –cuyo nombre aún no recuerdo- miró Linardo de reojo y le respondió “¿Acaso no sabes tú quién soy yo? ¿Acaso debo amarte sólo por tu nombre o tu rostro? ¿Acaso crees que basta el pedigree, la familia o el nombre para amar? Yo no te conozco, ahora si no te molesta déjame sola”.

Linardo regresaba por dónde llego cuando la voz de una persona llamó: michi michi. Linardo como gato de casa y confiado de los humanos se acercó a la persona, esta lo tomó de la cola y guardó en un saco.

A la mañana siguiente toda la familia de Linardo salió a buscarlo, se dividieron en dos grupos. Estoy seguro de que toda la familia pasó por dónde se encontraba Linardo al menos cinco veces. Linardo se encontraba en la estantería de un local del barrio chino, despellejado y colgado y exhibido junto con otros cuatro gatos como el menú económico. De todos ellos sólo Linardo tenía certificado de pedigree.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Juguemos un Juego (Cuarta Parte)

Santiago salió del cuarto en el que se encontraba y fue a ver al padre de un compañero de promoción y amigo del padre de Santiago que creía trabajaba en aquella comisaría. La última vez que supo de él era comandante, por lo que creyó que podría ayudarlo. Fue él quien le informó de la muerte de Ricardo, pese a que, como comandante, no era su función, sin embargo como amigo de la familia se sintió obligado. Lo llamó en medio de la madrugada y con la voz que se le quebraba se identificaba al otro lado de la línea -buenas noches señor, le habla el comandante...-, pero mientras decía su nombre la pena quebró su voz y dijo: Santiago tu hermano, Ricardito, ha muerto. Santiago no recuerda mucho más de aquella noche.

La mujer con la que salía se había quedado a dormir y contó ver a Santiago caer al piso mientras perdía el conocimiento. Media hora después Santiago se despertó en una camilla de urgencias del hospital Almanzor Aguinaga con la sensación de ser él quien había muerto y no su hermano; que su hermano lo estaría esperando fuera de urgencias. Santiago odiaba esa comisaría, le recordaba la muerte de su hermano y su ahijado. Sin embargo sabía que no debía vivir con la pena por siempre. Fue a buscar a Roberto para conversar sobre la fianza.

 
-Con dos mil cocos basta Santiago. Ya sabes que tu padre y yo éramos muy buenos amigos. Además tú y Alonso, son amigos desde el colegio, terminaron juntos. Y ni hablar de Ricardito, tú sabes que yo lo estimaba mucho a tu hermano.
-Por favor Roberto déjame darte tres mil. Es por las molestias que la señorita pudo haber causado en la comisaría. Si deseas reparte los otros mil entre los hombres de turno. Es lo mínimo que puedo hacer por haberse portado tan bien conmigo y con ella. Sin hablar del favor de borrar este suceso del historial de la señorita Ruiz y guardar el secreto de mi visita.
-Está bien Santiago no te preocupes. Muchas gracias. Estate seguro de que ninguno de mis hombres hablará del tema.
-Muchas gracias Roberto, ahora debo irme. Saludos a Alonso y a su esposa.

Santiago salió de la oficina de Roberto y se dirigió al cuarto donde había estado con Sonia. Por los pasadizos de la comizaría los policías lo miraban con furia. La mayoría de ellos eran de la sierra y su crianza los había vuelto reacios a la clase alta. La influencia del terrorismo había ido expandiéndose desde que soltaron a todos aquellos senderistas en el segundo gobierno de Alan. Ahora las ciudades estaban llenas de gente de la sierra con ideas senderistas o emerretistas. Con odio hacia la clase alta, y Santiago era miembro de una de las familias más antiguas y adineradas de la ciudad. Al llegar al cuarto dónde había estado con Sonia notó que moría de frío, así que tomó su abrigo y lo paso por los hombros de Sonía mientras le daba la orden de irse.

-¿A dónde vamos? -preguntó Sonia cuando cerró la puerta del auto de Santiago.
-Al country.
-No podemos ir, me conocen, conocen a mi marido.
-Eso ya no importa, después de esta noche no volverás con él. Nos iremos a europa y viviremos allí.
-Está bien.

Llegaron al Country y entraron al bar. Santiago llamó al barman a su mesa y le dijo:
-Dame dos whisky con cola, una cajetilla de cigarrillos y trae un cenicero.-pagó lo que debía y de su billetera sacó un billete de cien, lo puso en la mano del barman y agregó- La señora y yo no hemos venido esta noche, que quede claro entre los demás empleados.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Juguemos un Juego (Tercera parte)

-No seas resentido Santiaguito. Si no encontraste tu corazón es porque nunca lo boté, lo tengo guardado.
-No seas sarcástica. Nunca me ha gustado que me me trates como si todo esto fuese únicamente un juego. Dime ¿Me extrañaste?
-¿Lo hiciste tú?
-Respóndeme primero- Santiago sabía que Sonia no admitiría haberlo extrañado si él le confesaba primero que no lo había hecho. Era demasiado orgullosa para permitírselo, debía llevar siempre la delantera, ella debía siempre tenerlo todo bajo control.
-Dímelo tú.
-No lo hice.
-Yo también te extrañé.
-Te digo que no lo hice. Ni siquiera recordaba que existías.
-Si no me hubieras extrañado no me estarías preguntando, ahora mismo, si yo te extrañé. ¿Sabes por qué te amo Santiago?
-No, ¿por qué?
-Porque yo crecí contigo, maduré a tu lado y tú al mío. Porque quien eres hoy día es gracias a mi influencia, y no te molestes en negarlo, lo sabes muy bien. Además yo soy quien soy, también, gracias a ti. Me ayudaste a crecer, a madurar, a ser una mejor persona. Y sé que yo hice lo mismo contigo. Porque nadie, lo juro, nadie me conoce mejor que tú. Y no conozco a nadie mejor que a ti. Aunque sea sólo en noches como esta que soy la Sonia que conoces, y tú sigues siendo el Santiaguito que conozco. Yo sé que parecemos hermanos, pero es eso lo que me encanta. Que nos conocemos y nos queremos como hermanos pero no somos hermanos, podemos amarnos, podemos besarnos, podemos representar nuestro amor en la noche entre las sábanas de un hotel.
-¿Y por qué amas a tu marido?
-Porque cada vez que estoy con él me acuerdo de ti. Él es todo lo que tú no eres.
-¿Es un alago verdad? Porque él es un imbécil.
-Lo sé, es un imbécil. Pero él contrasta tanto contigo que cuando lo veo, cuando estoy con él o cuando pienso en él sólo me acuerdo de ti. Pero Santiaguito lo que no sé es por qué te sigues acostando con tantas putas. Si tan sólo lo pidieras yo me quedaría a tu lado después del alba. ¿Por qué no me lo pides?, ¿por qué nunca lo pediste?
-¿Lo harías? Nunca creí que lo harías.
-¿Por qué no habría de hacerlo? Te amo. Sólo tenías que pedirlo, pero nunca lo hacías. Pero yo igual te daba otra oportunidad cada vez que te volvía a llamar. Verdad que soy una mujercita excelente.
-Lo eres, eres una mujercita excelente.
-Aún me amas Santiaguito, no sé por qué insistes en jugar a que no lo haces.
-Yo no sé por qué te gusta jugar a que lo haces. Estoy realmente cansado de estos juegos, de estos encuentros, de cuartos fríos en una comisaría. Si vamos a hablar nos iremos de aquí. Voy a pagar tu fianza y nos vamos a tomar un trago.
-Si es lo que quieres.
-Lo es.